BREVE NARRACIÓN #37
El despertar de Lucía: un viaje fuera del teatro de máscaras
Cuando Lucía cumplió treinta y dos años, decidió irse a vivir a un pueblo de montaña donde nadie la conocía. No huyó por cobardía, sino porque la ciudad le había vuelto un teatro de máscaras: sonrisas que se despegaban al girar la cabeza, aplausos calculados, silencios que gritaban complicidad.
Al principio, los vecinos la miraron con recelo. Una mañana, la anciana del colmado le dijo: «Aquí somos pocos, pero hablamos con la frente en alto». Lucía respondió con una carcajada tan sincera que la anciana, por primera vez en años, permitió que la puerta se quedara abierta después de las ocho.
Pasó el invierno entero sin decir lo que no sentía. Cuando la nieve cubrió los tejados, descubrió que las palabras se abrían como flores de fuego cuando no tenían que competir con la hipocresía. Un día, mientras reparaba el cercado de piedra, el herrero le preguntó por qué había llegado. Ella soltó la verdad como quien suelta una piedra al río: «Porque estaba cansada de pagar entradas para ver mi propia farsa».
El herrero asintió sin añadir nada, y esa fue la primera conversación que no necesitó sobrevivir al silencio. Al año siguiente, cuando los almendros florecieron, Lucía se encontró diciendo «te quiero» sólo cuando el corazón se lo pedía, y la frase sonó tan nueva que hasta los pájaros dejaron de cantar para escucharla.
Aléjate también, si puedes, de los escenarios donde el aplauso es más fuerte que la voz. Más allá de las luces hay siempre un rincón de mundo que prefiere la verdad imperfecta a la mentira decorada.
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