BREVE NARRACIÓN #2




El Segundo que Adivina la Alegría


En un pueblo donde los relojes corrían hacia atrás, un niño encontró un minutero roto en el río. Al tocarlo, el tiempo se detuvo solo para él. Caminó entre gente congelada, escuchó latidos suspendidos y devolvió una lágrima a su abuela antes de que cayera. Cuando colocó el minutero en su sitio, el mundo se reanudó, pero nadie recordó el instante excepto el niño, que desde entonces sonríe un segundo antes de cada felicidad.
Años después, el pueblo empezó a notar que antes de cada buena noticia —una cosecha abundante, un parto sin dolores, la llegada de un extranjero que traía abrazos— el niño, ya adolescente, erguía la ceja izquierda y susurraba “ahora”. La gente comenzó a reunirse a su alrededor cuando sentía que algo hermoso estaba por suceder. Algunos decían que había aprendido el lenguaje del viento; otros, que el minutero le había enseñado a leer el futuro en los parpadeos de los gatos.
Pero solo él sabía la verdad: cada vez que el tiempo se había detenido, había dejado una rendija diminuta en el aire. A través de esas grietas —invisibles para todos menos para él— asomaban los segundos que aún no habían ocurrido. El niño no predice la alegría; simplemente la ve llegar antes que nadie, como quien reconoce a un viejo amigo en la estación antes de que baje del tren.

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