BREVE NARRACIÓN #36


La Librería de los Tres Círculos

En una calle empedrada del barrio de San Telmo, había una librería tan antigua que sus estanterías parecían respirar. Lucía, la dueña, guardaba un secreto: en la trastienda, tres cajas de madera marcaban sus portadas con símbolos distintos —un círculo roto, uno incompleto y otro perfecto—. Un día, Mateo, un niño curioso de ocho años, preguntó por qué estaban separadas. Lucía sonrió y abrió la primera caja.
Dentro había un libro con páginas rotas, pero iluminadas con notas marginales que convertían cada grieta en un mapa de estrellas. “Este es de Clara,” explicó Lucía. “Ella ve el mundo en fragmentos, y por eso puede encontrar belleza donde otros solo ven desorden.” Mateo tocó una página: las roturas formaban constelaciones que contaban historias de navegantes olvidados.
La segunda caja guardaba un libro cuyas páginas faltantes eran reemplazadas por dibujos hechos con crayones. “Es de Tomi,” dijo Lucía. “No le alcanzan las palabras, así que inventa colores que aún no tienen nombre.” Mateo vio un sol violeta y un mar que lloraba lágrimas de luz. “¿Por qué no está con los otros libros?” Lucía respondió: “Porque la gente teme lo que no completa sus estanterías.”
La tercera caja contenía un libro perfecto, con páginas lisas y letras uniformes. Pero cuando Mateo lo abrió, estaba en blanco. “Este es mío,” susurró Lucía. “Lo escribí imitando a los demás, y por eso no tiene alma. Me pasó años buscando encajar en los círculos ajenos hasta que entendí que mi imperfección era mi regalo.”
Mateo miró las tres cajas y, por primera vez, vio que el círculo roto, el incompleto y el perfecto no eran destinos, sino invitaciones. Juntos, sacaron los libros y los mezclaron en una nueva estantería. Las estrellas de Clara se unieron a los colores de Tomi, y los espacios en blanco de Lucía se llenaron con preguntas de Mateo.
Esa noche, la librería brilló con una luz que no venía de las lámparas, sino de los bordes irregulares que, al tocarse, formaban un círculo más grande: el de la humanidad entera, donde cada quiebra, cada ausencia y cada intento imperfecto eran los hilos que tejían la trama de lo que nadie podía replicar.
Lucía cerró la puerta con llave, pero dejó una nota en el escaparate:
“Aquí se valoran los libros que otros tirarían. Porque un mundo que teme las páginas rotas nunca leerá las estrellas.”

Cuando unimos lo roto, lo incompleto y lo aparentemente perfecto, descubrimos que la verdadera magia no está en corregir las diferencias, sino en dejar que cada una brille y complete el gran círculo de la humanidad.

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