BREVE NARRACIÓN #34
La Rosa que Cegó al Farolito
En la ciudad de Lúmen, donde todos llevaban un farolito en la frente para “iluminar” sus pensamientos, existía una ley ancestral: cada idea debía ser “observada” antes de ser dicha; si alguien olía que la idea era oscura, debía tragársela y guardar silencio. A ese acto lo llamaban obsención.
Una noche, la joven Ara inventó la palabra silumbra: un rayo de luna que se escucha. Emocionada, se aprestó a compartirla, pero al pasarla por el farolito del juez de turno (un anciano ciego que olfateaba ideas), el viento traicionero llevó hasta él el aroma de una rosa marchita que llevaba prendida en el cabello de Ara. El anciano confundió el olor con la esencia misma de la palabra y gritó: “¡Obsención fallida!”.
Ara, sin entender, tragó silumbra; la palabra se le quebró en la garganta y se le hizo astillas de luz que le dolieron años enteros. Desde entonces, cada vez que alguien intenta decir “silumbra” en Lúmen, solo sale un silencio que suena a luna rota.
Cuando juzgamos la luz por el perfume que la rodea, terminamos tragándonos la propia luna.
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