BREVE NARRACIÓN #29


El Silencio de los Bosques de Osecuentes
En la aldea de Osecuentes, donde el viento susurraba secretos de antaño, vivía una niña llamada Lira. Desde pequeña, había sido atraída por los relatos de los adultos: historias de héroes que se perdieron en bosques encantados, de amores que se desvanecieron con el tiempo, y de tesoros enterrados bajo raíces retorcidas. Cada noche, las voces de los ancianos se mezclaban con el crujir de las hojas secas, creando un canto hipnótico que la envolvía como una manta pesada.

Lira creció con la certeza de que su destino estaba ligado a esos cuentos. Se pasaba los días escuchando, anotando, memorizando cada palabra como si fuera un hechizo. Pero con cada historia, su corazón se hacía más pequeño, como una semilla que nunca encuentra la luz. Un día, mientras caminaba por el sendero de los sauces llorones, encontró un espejo oxidado entre las raíces de un árbol viejo. Al mirarse, no vio su reflejo, sino una versión de sí misma: los ojos hundidos, la piel pálida como cera, y una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
"¿Quién eres?", susurró al espejo.
"Soy tú", respondió la imagen, "pero sin las historias que te atan. Sin los fantasmas que te susurran al oído. Sin el miedo a ser más que lo que otros han decidido que debes ser."
Lira sintió una punzada en el pecho. Había algo en la voz del espejo que le resultaba familiar, como un eco de su propio deseo olvidado. Esa noche, mientras los ancianos contaban la historia de un príncipe que nunca regresó, Lira se escabulló de la aldea. Caminó sin rumbo, guiada por la luz de la luna y el latido de su corazón, cada vez más fuerte.
Los bosques de Osecuentes eran densos, pero Lira no temía. Había dejado atrás los cuentos que la habían definido, y ahora, por primera vez, podía escuchar su propia voz. Encontró un claro donde la hierba era suave como terciopelo y se acostó bajo las estrellas. Allí, entre el silencio y la soledad, comprendió que las historias no eran cadenas, sino puertas. Y ella había elegido abrir la suya hacia adentro, hacia el lugar donde su verdadero nombre resonaba como un canto.
Cuando regresó a Osecuentes, años después, traía consigo un cuenco de barro cocido, lleno de semillas que había recolectado en sus viajes. Plantó una de ellas en la plaza central, donde antes se contaban las historias. El árbol que creció no era como los demás: sus hojas eran de un verde tan intenso que parecían hablar, y sus ramas se curvaban hacia el cielo como manos en oración.
Los ancianos se reunieron alrededor del árbol, confundidos. "¿Qué significa esto?", preguntaron.
Lira sonrió, sus ojos brillando con una luz nueva. "Es la historia que nadie contó. La de la niña que se alejó para encontrarse a sí misma. La del silencio que enseña más que mil palabras. La del miedo que se convierte en libertad."
Desde entonces, en Osecuentes, cuando alguien siente que las historias lo están aplastando, camina hacia el árbol de Lira. Allí, bajo sus ramas, aprenden que alejarse no es huir, sino regresar con las manos llenas de semillas para plantar nuevos comienzos.

Si las historias ajenas te oprimen, aléjate un paso para escucharte a ti mismo; solo quien se atreve a sembrar silencio puede regresar con la voz propia que florece para todos.

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