BREVE NARRACIÓN #21


El Jardinero y la Semilla: 

Una Historia de Fe y Transformación.

En un valle escondido entre montañas, donde el sol acariciaba la tierra cada mañana, vivía Esteban, un jardinero de manos callosas y corazón tierno. Su jardín era el orgullo del pueblo: rosas que parecían pintadas por el cielo, girasoles que seguían la luz como fieles admiradores y hierbas aromáticas que perfumaban el aire. Pero en el centro de tanta abundancia, había un pequeño rincón yermo, donde ninguna semilla brotaba, por más que lo intentara.

Una tarde, mientras Esteban compraba tierra fértil en el mercado, una anciana de ojos brillantes como estrellas lo detuvo.

"Veo una sombra en tu mirada, jardinero", dijo mientras extendía una semilla dorada. "Esta no es como las demás. Para que crezca, necesitará más que agua y sol… necesitará tu fe."

Esteban, intrigado, tomó la semilla. Era liviana, casi como si no pesara, y al sostenerla, sintió un leve latido, como un corazón diminuto.

Al llegar a casa, cavó un hoyo en el rincón estéril y plantó la semilla con reverencia. Cada día, antes del amanecer, le cantaba canciones de la tierra. Cuando llovía, la protegía con sus propias manos, y en las noches de luna, le contaba historias de bosques encantados.

Pero los días pasaron… y nada.

Los vecinos murmuraban: "Esteban perdió el tiempo con esa semilla imaginaria". Incluso el viento parecía burlarse, arrastrando hojas secas sobre el lugar donde yacía enterrada.

Una madrugada, agotado por la duda, Esteban cayó de rodillas frente al rincón vacío.

"¿Por qué no creces?", susurró, con lágrimas en los ojos.

Entonces, una voz suave, como el rumor del río, le respondió:

"Porque aún no has aprendido a esperar."

Era la anciana del mercado, aunque ahora su figura parecía hecha de luz.

"La semilla no solo se alimenta de agua… se alimenta de tu corazón. ¿Estás dispuesto a creer… incluso sin ver?"

Con el alma renovada, Esteban siguió cuidando la semilla, pero esta vez sin ansiedad, sin contar los días. Y entonces, en la mañana del primer día de primavera, algo increíble sucedió.

Del suelo brotó un tallo verde esmeralda, que creció ante sus ojos, retorciéndose como una serpiente danzante. De sus ramas surgieron flores de pétalos dorados, que al abrirse revelaban un brillo interior, como si guardaran un trozo de sol.

El aroma era tan dulce que las mariposas acudieron en enjambres, y los pájaros callaron para no interrumpir el espectáculo.

La anciana apareció una última vez, sonriendo.

"Ahora entiendes… lo que siembras con amor y paciencia, aunque tarde, siempre florece."

Y así fue. El jardín de Esteban se volvió legendario, no por sus flores, sino por la lección que creció en él:

"Las cosas más bellas no se apresuran… se cultivan."

Y desde entonces, cada vez que alguien en el pueblo perdía la esperanza, visitaba el rincón dorado de Esteban… y recordaba.


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